LA VEU DELS COMPANYS DELS NOSTRES FILLS

Septiembre 2012

Se acaban las vacaciones y nuestros hijos vuelven al Instituto, un lugar donde pasan muchas horas cada día. Al ser un tiempo en el que se están formando no sólo a nivel intelectual o académico, sino también social y emocional, es muy importante que les proporcionemos las herramientas necesarias para que aprendan a gestionar las experiencias de esta etapa tan importante de sus vidas.

En un trabajo realizado por Ana I Garrido, titulado La adopción vista por nuestros adolescentes escolares, encontramos tres datos muy interesantes para saber cómo son percibidos nuestros hijos por sus compañeros. Esta percepción nos puede ayudar a nosotros, tanto familias como profesionales, a detectar aquellos factores que deberíamos trabajar con nuestros hijos para dotarlos de los recursos necesarios para manejarse de forma positiva entre sus iguales.

En primer lugar, el estudio destaca que el 57% de los consultados tiene conocidos o familiares adoptados, lo cual indica que la adopción es hoy día una forma reconocida y aceptada de ser familia, a diferencia de épocas anteriores cuando se tendía a mantener en secreto.

El segundo dato de interés es que, en opinión de la mayoría de los encuestados, los principales problemas de sus compañeros tienen que ver con la raza o el país de origen y no con el hecho de ser adoptados.

Un tercer dato a tener en cuenta es que los adolescentes de la muestra equiparan la condición de inmigrante con la de adoptado en cuanto a problemas de racismo y xenofobia, aunque estos últimos, en su opinión, tengan menos problemas de integración.

Aunque se trata de una pequeña muestra de 144 alumnos entre 16 y 22 años,  debe servirnos como indicador de una de las áreas dónde enfocar el esfuerzo educativo con nuestros hijos adolescentes: desarrollar y potenciar estrategias que les ayuden a gestionar la diferencia, conocer técnicas, tanto de evasión como de afrontamiento de situaciones de racismo o xenofobia, conocer y hacer valer sus derechos constitucionales, etc.

En resumen, ahora que no van de nuestra mano, ahora que empiezan a vivir sus propias experiencias fuera del círculo familiar, seamos conscientes que los problemas no les vendrán por ser adoptados, como podía ocurrir en otras épocas, sino fundamentalmente por su raza o su país de origen.

¿Estamos preparados, tanto como familias, como asociaciones o profesionales para este reto? Si analizamos la mayoría de los artículos, conferencias, ponencias, relatos familiares, etc. publicados en los últimos años en España, se observa un dato interesante: la mayoría de las veces se usa el término etnia en lugar de raza para hablar de las diferencias. ¿Es indiferente este dato o tiene alguna significación?

Si acudimos al diccionario encontramos que el término etnia hace referencia a un conjunto de personas que comparten rasgos culturales, lengua, religión, celebración de ciertas festividades, música, vestimenta, tipo de alimentación, una historia, y comúnmente un territorio.

Por su parte, según el diccionario, el término raza hace referencia a los factores biológicos de un grupo humano, como los factores morfológicos (color de piel, contextura corporal, estatura, rasgos faciales, etc.

Si es evidente que nuestros hijos no comparten ni rasgos culturales, ni lengua, ni religión, ni festividades, ni música, ni vestimenta, ni tipo de alimentación, ni una historia común, es correcto usar el término etnia, y, por tanto, hablar de su identidad étnica?

Puesto que lo que sí comparten son factores morfológicos, como color de piel, contextura corporal, estatura, rasgos faciales, etc., ¿sería más adecuado  hablar, por ejemplo, de su identidad racial?

¿Usamos erróneamente el término etnia como un eufemismo para raza? ¿Qué hay detrás del uso de un eufemismo? ¿Es todo esto baladí o tiene alguna trascendencia?

Hay personas que cuestionan el uso del término raza alegando que no se puede hablar de distintas razas entre los seres humanos porque la diferencia genética es mínima y se debe hablar de una sola raza, la raza humana. Para otros, esta visión crítica del uso del término tiene generalmente fundamentos en la concepción racista que este término podría acarrear con su uso.

A la ingenuidad inicial de pensar que era indiferente si nuestros hijos tenían otro color de piel, se está pasando a una realidad en la que es patente, como demuestra esta encuesta, que el amor puede ser ciego al color, pero la sociedad no lo es. Todo cual, unido a la complejidad del tema, nos lleva a la conclusión de que tomar conciencia de esta realidad y pasar a la acción debe ser, en estos momentos, una de nuestras prioridades como familias y como profesionales.

Margarita Muñiz Aguilar

Instituto Familia y Adopción